Recuerdo que en mi época de estudiante de
bachillerato, cuando estudiábamos literatura nuestros encuentros con la obra
literaria eran como "matrimonio obligado": muy pesados, sin
vinculación afectiva, emocional, con su contenido ni con su autor; es más, recuerdo
que llegábamos hasta el extremo de generar antipatía hacia estas personas
(autores/autoras) que "parecía que no tenían oficio" (¡qué tal la
inconsciencia sobre el oficio de escribir!) y lo que hacían era darnos trabajo.
En muy pocas ocasiones (para no incurrir en la afirmación extremista de
"nunca"), se nos presentaban estos hombres y mujeres en su dimensión
humana (sólo algunos datos técnicos que aportaban las reseñas biográficas que
eran tratadas como una tarea o "evaluación" más: ¿en qué año nació
Miguel de Cervantes? ¿En qué ciudad y año escribió RG su principal obra?). No
se nos daba la oportunidad de conocerlos con sus alegrías, tristezas, gustos,
aficiones, manías...
Creo que si se hubiese
hecho de esta manera, nuestra perspectiva como lectores noveles habría sido
distinta, porque a la larga lo humano siempre nos ocupa, nos interesa, nos
"toca"; las experiencias humanas conforman un tejido, una malla o
red; en algún momento se conectan y entonces... ¡nos enganchamos!. Hay aspectos
de la vida de ciertos autores y autoras con los cuales podemos empatizar y
desde ahí comenzar nuestra relación amistosa con ellos/ellas y su obra.
Por allí deberíamos empezar
en nuestras clases de educación literaria: con la presentación (cálida, informal)
del autor o la autora en una suerte de:_ Hola ¡Mucho gusto! Soy... Para
esto nos podemos apoyar, aparte de las "frías y estructuradas"
reseñas biográficas (a las cuales no les podemos negar su valor
informativo), en cartas, entrevistas, conversaciones o cualquier otro
medio (de los muchos que contamos hoy). El docente de Lengua y literatura
también es una narrador o contador de vidas y puede jugar un interesante papel
en este encuentro y presentación inicial entre jóvenes lectores y lectoras y
autores(as). Conocemos, por ejemplo, a Umberto Eco como distinguido
filósofo, crítico literario, semiólogo, comunicólogo autor de obras de
gran envergadura como El nombre de la Rosa, El péndulo de Foucault,
Apocalípticos e integrados, Tratado de semiótica general... pero no lo
conocemos como un hombre cuya en cuya infancia la guerra se entrometión
con sus episodios de violencia, muerte, dolor, hambre y sin embargo al
rememorar en una entrevista esta etapa de su vida afirma:
¿No será que lo triste de la infancia es su recuerdo?
No, en la infancia hay grandes tristezas. Puede haber tristezas
infinitas. No se es ni carne ni pescado. Yo tengo bellísimos recuerdos de mi
infancia. Uno de ellos es el tiempo de la guerra.
¿Cómo se vive en la guerra?
¡Muy bien! Uno anda de un lado para el otro
para salvar la vida, comiendo poco. Una bellísima experiencia… (risas). No,
pero fuera de eso, todos los recuerdos de la infancia son dulces. He dicho que
en la infancia hay grandes tristezas, pero cuando se recuerda la infancia es
dulcísimo. De lo quehablaba es de las noches pasadas en los refugios mientras
caían las bombas. Con los otros niños nos encontrábamos. Era lo normal que
cayeran las bombas.
(ver entrevista aquí)
y así como ésta, refiere otras vivencias que nos
muestran otro lado de Eco: menos rígido y distante, más cercano y
amistoso.
Pienso a los docentes de lengua y literatura como
"Eros o Cupidos" que propician (con flechas de oro, no de plomo)
relaciones gozosas, lúdicas con la obra y su autor.